Es en el Concilio de Nicea I (en el año 325) donde se llega finalmente a una solución para este asunto. En él se estableció que la Pascua de Resurrección había de ser celebrada cumpliendo unas determinadas normas:
- Que la Pascua se celebrase en
domingo.
- Que no coincidiese nunca con la
Pascua judía, que se celebraba independientemente del día de la semana.
(De esta manera se evitarían paralelismos o confusiones entre ambas
religiones).
- Que los cristianos no
celebrasen nunca la Pascua dos veces en el mismo año. Esto tiene su
explicación porque el año nuevo empezaba en el equinoccio primaveral, por
lo que se prohibía la celebración de la Pascua antes del equinoccio real
(antes de la entrada del Sol en Aries).
No obstante,
siguió habiendo diferencias entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de
Alejandría, si bien el Concilio de Nicea dio la razón a los alejandrinos,
estableciéndose la costumbre de que la fecha de la Pascua se calculaba en
Alejandría, que lo comunicaba a Roma, la cual difundía el cálculo al resto de
la cristiandad.
Finalmente, Dionisio el Exiguo (en el año 525), desde Roma convenció de
las bondades del cálculo alejandrino, unificándose al fin el cálculo de la
pascua cristiana.
La Pascua de Resurrección es el domingo
inmediatamente posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de primavera, y se
debe calcular empleando la Luna llena astronómica. Por ello puede ocurrir no
antes del 22 de marzo y el 25 de abril como
muy tarde.
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